domingo, 31 de octubre de 2010

Carisma de la Madre Portalet

Para hablar de la historia de la Congregación de las Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción, tenemos que situarnos en un lugar y una fecha. El lugar es Toulouse, Francia y el año 1869. Eduviges Portalet lee en los acontecimientos la voluntad del Señor a la luz de largos tiempos de oración, del getsemaní del momento y de la realidad que trasunta un llamado y un desafio. 
Los acontecimientos presentan sombras para aquellos que privados de la luz natural estaban también privados de la luz de la fe. La oración de Eduviges Portalet está bañada con el suave rocío de la gracia divina que pone el tinte intenso de la fe y la fuerza para enfrentar con serenidad el riesgo tácito de abandonarse en las manos de la providencia. El desierto en la vida del cristiano o los tiempos de getsemaní purifican la fe y los ideales, como el oro se hace puro en el crisol.
En la vida de Eduviges Portalet la presencia del Espíritu Santo la conduce por un claro camino: La vocación a la vida consagrada. La Congregación de Hermanas de María Inmaculada de Marsella, le depara una misión: la educación de las niñas y niños ciegos.
El fundador de la mencionada Congregación, Padre L.T. Dassy, la designa a Toulouse para fundar un Instituto de ciegos, al que dedica todos los dones que le otorgó el Señor y todas las fuerzas de su ser.
La misión en la obra de Toulouse representa una consagración tenaz de Eduviges Portalet, en servicio de quienes se identifican con diversos rostros de la pobreza humana: económica, social, cultural, y desde luego física por la ceguera. El apostolado con ellos le significa una superación valiente de pruebas inauditas, una verdadera comunión con la "locura de la cruz". Apoyada en Dios, con una fe inquebrantable y una resistencia heroica, recupera esta misión, que le fue arrebatada.
Es justamente en el Instituto de niños ciegos, en la ciudad de Toulouse, donde funda la Congregación. Toda la intensa experiencia de la vida que lleva consigo: oración, vida comunitaria, abnegación, la pobreza como compañera inseparable y el servicio apostólico a "los que no ven la luz", son el fundamento para impregnar su espíritu en la fundación. La obra del instituto se expande en otros centros educativos para ciegos, abiertos por la misma Madre Fundadora, como el taller de jóvenes obreras ciegas, primero en Toulouse y después en Saintes.
En 1884, después de un proceso de conocimiento y devota compenetración con la espiritualidad de la Orden Dominicana, madre Eduviges obtiene la afiliación de la Congregación a la Orden de Predicadores, merced a solicitud de quien era padre, maestro y director espiritual de la Comunidad, el Padre Jacinto María Cormier. "Desde ese día, escribe la Madre Francoise Lohier, consideramos al Santo y buen Padre Cormier como nuestro Fundador". El carisma original, lejos de cambiar, se refuerza; la Congregación llevará siempre y a todas partes la Palabra Divina, cuya predicación es el carisma de la Orden de Santo Domingo.
La educación de los niños y jóvenes ciegos, esa apasionada e intensa misión de los orígenes se expande en la vida misma de la Madre Eduviges. Ella demuestra su docilidad al dinamismo inspirador del Espíritu, cuando acepta la fundación del Leprocomio de Cuenca, Ecuador, en América del Sur, con una Congregación todavía incipiente y pequeña. Es un reto, un desafío, una aventura, que para ese tiempo resultaba inaudita y que otras Congregaciones no quisieron aceptar. Ya no son los ciegos "que no ven la luz", son los leprosos, que no ven la felicidad, que se debaten en las tinieblas de la soledad y de la miseria; ahora, es a ellos a quienes hay que ayudar a recobrar la luz de la esperanza, el sentido luminoso del dolor y la serena claridad de la paz.
Este dinamismo de carisma que latía en el corazón de Eduviges Portalet desde los orígenes de la fundación, exigirá de sus hijas una sensibilidad consciente de adaptación del carisma primigenio a las necesidades y signos de los tiempos, al clamor de la Iglesia peregrina; al grito de los hombres y mujeres del "aquí y el ahora" de la historia.
El Carisma de las Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción es la educación de los ciegos y ciegas, en situación de pobreza y desamparo. Concretamos el Carisma de una forma clara y sencilla: 
"SER OJOS DE LOS QUE NO VEN"
El contexto de esta expresión se amplía, desde los orígenes, más allá de los seres físicamente privados de la vista. Afiliada, quince años más tarde a la Orden de Predicadores, la Congregación recibe la savia del carisma perculiar de la Orden de Santo Domingo, la predicación de la verdad revelada. Así, los dos elementos se complementan y llevan en sí mismos, ese valor siempre antiguo y siempre nuevo de la difusión de la Palabra Divina, siendo "Testigos de Cristo" en el mundo (Cristo es la luz), mediante el testimonio de la vida y de la palabra.
En el devenir de la historia, se multiplican los rostros de los que deambulan como ciegos por inciertos caminos, de los "que no ven la luz": el ateísmo, la ignorancia, la marginación social, la pobreza, la enfermedad, los vicios y "tantos otros rostros de hermanos y hermanas donde la imagen divina está deformada por el hambre; rostros de quienes ven despreciada su propia cultura; rostros aterrorizados por la violencia indiscriminada..." (V.C.75)
A todos ellos llevamos la Luz del Evangelio a través de la educación (en sus múltiples facetas), de la asistencia a los enfermos y ancianos; de las obras de pastoral directa.